- Realidades – No. 625 – Febrero 4 de 2018
- Editorial
Cuando un gobierno convoca una mesa de diálogo con un grupo terrorista, los atentados se disparan. Eso está hoy sucediendo con el proceso de Quito con el ELN, al parecer, sin que el Gobierno haya previsto esta situación, que se presenta en la totalidad de las veces.
Sin haber avanzado mucho en los diálogos, Gobierno y guerrilla acordaron un cese al fuego bilateral, el cual terminó el 9 de enero pasado. Por supuesto, las consecuencias no se hicieron esperar. No habían pasado dos horas, cuando el ELN comenzó su esperada reacción: en cuatro puntos del país se presentaron atentados.
Hace una semana se intensificaron los ataques terroristas contra la Policía. Varios Comandos de Atención Inmediata, CAI, fueron atacados, con saldo de varios policías muertos y decenas de heridos.
A estos atentados se suman las voladuras de oleoductos, las masacres de personas civiles y el desplazamiento forzado de más de mil habitantes en el Chocó.
También era de esperar el cinismo con el cual ese grupo terrorista produjo un comunicado sobre los hechos: Esto ha sucedido antes en otros procesos, ¿por qué se extrañan de que pase ahora? Para evitar los atentados, exigen regresar a la mesa de diálogo, para pactar un nuevo cese al fuego (obviamente, acompañado de todo tipo de exigencias absurdas, al mejor estilo de los acuerdos con las Farc).
En su comunicado, publicado el 31 de enero, culpan al Gobierno de incumplir con los mecanismos establecidos en Quito, e insisten en tener un mando centralizado que es el que ordena los ataques (han insistido tanto en ese tema, que seguramente es falso).
Critican al Presidente por exigir coherencia. Santos dice que no es lógico asesinar a la gente mientras en la mesa se habla de paz. No se entiende que al Presidente le extrañe un proceder terrorista que se ha repetido siempre. Hacer atentados terroristas es muy sencillo, para un grupo como el ELN. Lo que sería muy difícil es confrontar a la Fuerza Pública en el campo del combate. Ese grupo está demostrando que solo está en capacidad de cometer ese tipo de actos de terror.
Esta vez, el clamor ciudadano les dio la espalda. Nadie pide que les den lo que piden, ni que continúen los diálogos. Los colombianos están indignados y no quieren saber nada de procesos con esa guerrilla.
Por esa razón, se puede pensar que los atentados continuarán, probablemente en centros comerciales y sitios que reúnan grandes cantidades de gente. Es un pulso en el que solo la gente sale perdiendo.
¿Qué debe hacer el Gobierno? ¿Tiene el Presidente el grado de gobernabilidad para manejar esta situación? Probablemente no. Con sus Fuerzas Armadas alistándose para el posconflicto, con la economía estancada según explican los expertos en el tema, a punto de entregar el poder y con un índice de popularidad por el suelo, no parece ser Juan Manuel Santos, el hombre para ponerle el cascabel al gato.
Todo eso, se enmarca en un año de elecciones. Tal vez lo mejor sería que el Presidente no se apresurara con el ELN como lo hizo con las Farc, y le permitiera a su sucesor encargarse del tema.