Un activista del grupo violento Black Lives Matter aterrizó en Cartagena de Indias y pasó lo que tenía que pasar.
En pocas horas, como por arte de magia, estalló un incidente entre ese individuo, Kendrick Sampson, 36 años, quien es también actor y productor novicio en California, y un patrullero de la policía. La calle y los medios colombianos se llenaron en cuestión de minutos, el 15 de diciembre, de acusaciones contra la “brutal” y “racista” policía de Colombia. No hubo motines ni incendios, como los que saben desatar los BLM en Estados Unidos, pero el daño contra la Ciudad Heroica y contra Colombia y su policía ya había sido hecho.
La fábula convenida fue que un pacífico turista estaba paseando muy feliz por Cartagena cuando fue agredido sin razón por la feroz policía colombiana. Microsoft News (1) y otras agencias de noticias construyeron esa imagen en una corta frase: “Un actor afroamericano se encontraba en Cartagena cuando unos policías lo detuvieron”.
La manipulación habría podido ser más fina. El embuchado ocultó los hechos y no habló siquiera de “presunta agresión”, como sí lo hicieron al menos dos diarios colombianos. Se trataba de dar municiones a los activistas que exigen el desarme de la policía nacional.
Instrumento clave de la patraña: un video de 44 segundos, que no muestra el comienzo ni el final del incidente, es decir unas imágenes escogidas para desatar emociones y darle un aire de realismo a la falsa acusación. Al día siguiente, El Tiempo habló de “brutal golpiza” y una profesional del antirracismo progre increpó al mismo presidente Iván Duque y le exigió que castigara a la policía.
¿Cuál brutal golpiza?
La ofensiva mediática fue lanzada por una actriz colombiana. ¿Excelente salida para mejorar los negocios con el aludido productor? Natalia Reyes, después de que el actor quedara en libertad, difundió en Twitter e Instagram su versión personal con la palabra ritual: Kendrick Sampson, había sido víctima de “brutalidad policial” en Cartagena. Ella aseguró (¿de oídas?) que el activista no cometió delito alguno ni opuso resistencia. Natalia Reyes se escandalizó porque la autoridad quiso hacerle pagar una multa a su “colega y amigo”. Esa actitud desató obviamente numerosas reacciones contra la actriz en las redes sociales, pero no en la prensa establecida.
Sampson, por su parte, le agregó otras salsas al cocido. Mejoró el papel de víctima al escribir en Instagram, en tono melodramático, que él había sido “arrastrado por las calles” de la ciudad y “golpeado en los brazos cinco veces” por los horribles uniformados (el video lo muestra caminando al lado del patrullero). Y, sobre todo, arrojó la repugnante acusación racista-racialista que no podía faltar: “A los colombianos negros les pasa eso a menudo”.
¿Ese individuo viajó a Cartagena para sentar las bases de la guerra racial y anti-policía en Colombia?
Por fortuna había en Cartagena una periodista, Laura Vanessa Rosales Castro, de Alerta Caribe, que no silenció los detalles cruciales: el actor había sido visto por agentes de la policía en una calle donde venden narcóticos. El Comandante de la Policía de Cartagena, General Henry Sanabria Cely, explicó, en efecto, a RCN, que los agentes del orden vieron que otro individuo, que estaba al lado de Sampson, era al parecer un “expendedor de drogas”. Cuando dos policías se acercaron al grupo notaron que “el extranjero se tapó el bolso [e] inmediatamente pensaron que llevaban drogas”.
El General Sanabria reiteró que el rechazo del activista al registro había sido evidente: “Cuando se devolvieron, registraron al otro joven y al tratar de registrar al extranjero éste se opuso indicando que no se dejaba tocar de policías”. Ese reflejo propio de los BLM generó probablemente el desacato. El policía le explicó que debía dejarse requisar. En ese momento, Sampson “hizo un movimiento para tomar algo del bolso, lo cual fue interpretado como un intento de sacar un arma”. El General detalló: “Por eso [el patrullero] lo bloqueó con el golpe y alistó el arma”.
Esas precisiones fueron ocultadas o deformadas en los textos de los medios. En la perversa campaña sobre la pretendida “violencia policial” todo está permitido. Lo corriente es designar a un culpable y olvidar quienes son los verdaderos depredadores. Los encapuchados, armados y entrenados por las FARC y Eln, en las manifestaciones de la CUT y de Fecode, agreden, incendian, lanzan piedras y balas, matan y hieren agentes de la fuerza pública. Pero sobre eso los amigos de Natalia Reyes no abren la boca.
El caso de Kendrick Sampson en Cartagena muestra que BLM está ya o busca abrirse espacios en Colombia. El investigador americano Soeren Kern, del Instituto Gatestone, explicó en un largo artículo de julio pasado (2) que los fundadores de BLM “admiten abiertamente ser ideólogos marxistas” y que “entre sus mentores confesos se encuentran ex miembros de Weather Underground, un grupo terrorista de extrema izquierda que trató de hacer una revolución comunista a los Estados Unidos en las décadas de 1960 y 1970”. Subraya que BLM “es amigo del dictador venezolano Nicolás Maduro, cuyas políticas socialistas han traído un colapso económico y una miseria incalculable a millones de personas allí.” Kern señala que BLM “afirma que quiere abolir el núcleo familiar, la policía, las cárceles y el capitalismo” y que los líderes de BLM “han amenazado con ‘quemar el sistema’ si no se cumplen sus demandas. También están entrenando milicias.”
Una revista americana reveló que los temas favoritos de Sampson son la “brutalidad policial” y el “racismo sistemático” de los Estados Unidos (no entiende él por qué ese país eligió a un tal Barak Obama) y que sus profesoras en la materia son Patrisse Cullors, cofundadora de Black Lives Matter, y Melina Abdullah, profesora de Estudios pan-Africanos.
Con tales instructoras, Kendrick Sampson llegó a una conclusión luminosa: “Los negros somos los buenos, los blancos son los malos”.
El actor de Insecure cree ser un nuevo Gandhi. Como la prensa progresista vende la idea de que en las refriegas los BLM son los corderos y los policías los “verdugos”, el productor californiano se queja en Instagram con lirismo: “¡Ellos cometen actos de guerra contra nosotros!” Para probar eso va a las manifestaciones en Los Ángeles, se mete en las peleas y regresa a difundir fotos de las heridas (bien superficiales) que ha sufrido.
Esa triste aventura en Cartagena abre un interrogante: ¿Hay directrices de BLM en las violencias urbanas de Colombia?
Las autoridades deberían vigilar a ciertos turistas y responder. La falta de investigación periodística hace que la opinión trague entero esos montajes y las conclusiones extremistas: hay que desarmar a la policía.
Kendrick Sampson se equivoca. Colombia nunca ha sido un país racista, aunque haya racistas. La policía no es racista, ni hay “violencia policial”. La policía hace parte del Estado y éste tiene el monopolio de la fuerza legítima. El tal “racismo sistemático” no existe en ningún país. Es un embuste, un término de marxólogos para impedir la discusión. Todo lo demás es difamación, truculencia y artificio. ¿Pero quien se atreve a contradecir a los vociferantes cuando la moda es doblar el espinazo y dejarse humillar y maltratar por los agitadores, sobre todo si vienen de California?